martes, 19 de julio de 2011

DOS GOTAS




La mañana despuntó lluviosa. Los grises abundaban por doquier. Era uno de esos días donde la mayoría quiere quedarse en su cama o, por lo menos, en su casa. Chaparrones fuertes empapaban a los obligados transeúntes que salían hacia sus puestos de trabajo. Las calles comenzaban a desbordar. Ya no era solo caminar bajo la lluvia, también había que sortear los grandes charcos de agua que se acumulaban tanto en las veredas como en los cordones de las mismas, lo cual exigía, a más de uno, saltar.


Esquivando todos estos obstáculos, subí al colectivo que me llevaría a mi trabajo. Por suerte, a la hora que lo tomo, se consiguen asientos libres. Mis preferidos son los de atrás, y si es individual mejor.


Luego de colocar mi tarjeta SUBE en el dispositivo que me descontará el importe de mi pasaje, pero no me dará ningún boleto, visualicé dos asientos simples y vacios, justo al fondo. Para allí me dirigí cuando vi que ambos asientos estaban humedecidos con dos gotas de agua. Los que estaban sentados me reojeaban para ver qué haría. Sin dar vueltas, pasé mi mano por el asiento, lo limpié y me senté.


¡Estupor!


Riéndome interiormente, me preparé para ver el mejor espectáculo de estupidez humana y además gratuito: el asiento delante del mío también estaba humedecido por otras dos gotas de agua.


Comenzaba a llenarse el colectivo y todos los que descubrían el asiento en cuestión, se dirigían raudamente hacia el fondo, pero cuando notaban que estaba mojado, frenaban en seco y buscaban otro lugar para sentarse.


Entre estos personajes había uno que lucía un elegante piloto que le llegaba, fácil, a las rodillas. Pues ni él “pudo” sentarse en ese asiento con dos gotas incluidas.


Esto me hizo pensar, es más, casi entro en crisis, sobre la función de un piloto. ¿No es acaso esta vestimenta impermeable? Si la persona sube cuando llueve ¿no está esta prenda, ya, mojada? ¿Qué cortocircuito mental hace que no puedan sentarse allí?


Por suerte, pasada como media hora de viaje, subió un señor enfundado en un sobretodo de, por lo menos, cinco centímetros de espesor y sin pensarlo se sentó.


¡Estupor!... y caras de resignación por haber perdido tan preciado asiento so pena de sufrir las miradas de los demás pasajeros. ¡Cuánto pesa, todavía en algunos, el "qué dirán"!


En los colectivos pasan cosas raras y hoy tuve ganas de contar una de ellas.


Cris

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